El mercado no miente. En menos de 48 horas tras el llamado “Día de la Liberación” de Donald Trump —una ofensiva arancelaria sin precedentes en tiempos de paz—, Wall Street perdió más de 1.000 puntos en el Dow Jones, mientras el S&P 500 y el Nasdaq cayeron casi un 4% y 5% respectivamente. Esta reacción no fue coyuntural, fue estructural: el capital entendió que estamos entrando en una era de confrontación comercial global, donde los acuerdos pierden terreno frente al nacionalismo económico.
La advertencia de Kristalina Georgieva, directora del Fondo Monetario Internacional, no pudo ser más clara: los nuevos aranceles unilaterales de Estados Unidos representan un "riesgo significativo" para el crecimiento económico mundial. Y lo son no solo porque encarecen productos y distorsionan cadenas de suministro, sino porque envían un mensaje de ruptura del orden económico basado en reglas compartidas.
Los datos respaldan esta alarma. En la guerra comercial de Trump 1.0 (2018–2020), el costo total para los consumidores estadounidenses por los aranceles fue de al menos 57.000 millones de dólares, según un estudio de la Universidad de Columbia y el NBER. Los precios de lavadoras y acero subieron entre un 10% y 20%; las exportaciones agrícolas de
EE. UU. cayeron drásticamente, obligando a Washington a subvencionar al sector agropecuario con más de 28.000 millones de dólares. Y aún así, el déficit comercial con China no desapareció: simplemente se redistribuyó.
Ahora, en la versión 2.0, Trump no solo ataca a China o Vietnam, sino también a México, Canadá, la UE, Japón y Corea del Sur. Es una guerra comercial total. Y lo hace en año electoral, proyectando fuerza ante su base, pero generando un ambiente de desconfianza global. ¿Cómo confiar en una potencia que impone tarifas incluso a sus aliados sin consultar, sin advertir y sin base técnica transparente?
El panorama económico global se ensombrece con rapidez. El banco más grande de Estados Unidos, JPMorgan Chase, ha incrementado sus proyecciones de riesgo de una recesión mundial del 40% al 60%, atribuyendo este cambio a las consecuencias económicas de la reciente ola de aranceles impuesta por la istración Trump.
El impacto ya es palpable en los mercados: desde el 17 de enero —poco antes de la investidura presidencial— Wall Street ha perdido 9.6 billones de dólares en valor de mercado, según datos de MarketWatch. Lo más alarmante es que las caídas más pronunciadas se han registrado en las últimas 48 horas, reflejo directo del nerviosismo ante una política comercial percibida como abrupta y desestabilizadora.
Esta dinámica evidencia que, más allá de los discursos de fuerza, la economía global reacciona con fragilidad ante decisiones unilaterales que alteran el flujo del comercio internacional. Las cifras no solo anticipan una posible recesión: ya están mostrando su costo.
Desde la caída del multilateralismo hasta la desglobalización productiva, este tipo de medidas pueden provocar un efecto dominó: retaliaciones cruzadas, inflación importada, fuga de
inversión extranjera y aislamiento comercial. Además, desincentivan la cooperación internacional en tiempos donde el mundo enfrenta múltiples crisis simultáneas: cambio climático, tensiones bélicas, fragilidad financiera.
La pregunta es si esta política de "aranceles como castigo" realmente fortalece a Estados Unidos o lo aísla peligrosamente del tablero económico mundial. ¿Cuánto puede sostenerse una economía que penaliza el comercio y polariza las alianzas, solo para construir un espejismo de soberanía productiva? Y, quizás más crucial aún:
¿Quién pagará el precio de esta guerra comercial? ¿Y por cuánto tiempo podrá Trump culpar al exterior antes de que el costo político llegue a casa?