La Semana Nacional de Vacunación 2025 inició con un objetivo ambicioso: asegurar que un millón ochocientas mil personas reciban la dosis que necesitan para iniciar, continuar o completar su esquema. Esta cifra no es un número más en los comunicados oficiales; representa nuestra capacidad colectiva para traducir la evidencia científica en acciones concretas que salvan vidas y mejoran la calidad de los años vividos. Quienes trabajamos en salud pública sabemos que cada frasco de vacuna istrado conjuga logística, financiamiento, educación y, sobre todo, confianza. El reto consiste en mantener estos cuatro elementos en equilibrio para que la cobertura no sea un mero registro estadístico, sino una realidad palpable en cada comunidad, desde la Sierra Tarahumara hasta la Selva Lacandona.
México ha edificado su prestigio sanitario sobre campañas de vacunación que en su momento lograron erradicar la poliomielitis, controlar el sarampión y reducir drásticamente la mortalidad infantil. Sin embargo, el contexto de 2025 presenta desafíos distintos a los enfrentados por generaciones anteriores. A la brecha geográfica y la dispersión poblacional se suman la sobreabundancia de información, la inmediatez de las redes sociales y, con ellas, la posibilidad de que rumores y desinformación se propaguen con una velocidad inusitada. De allí la relevancia del mensaje emitido por el secretario David Kershenobich: vacunar es un acto de justicia y de futuro, pues brinda a cada persona la oportunidad de vivir sin el lastre de enfermedades prevenibles.
El énfasis en alcanzar 90% de cobertura es coherente con las metas internacionales trazadas por la Organización Panamericana de la Salud. Lograrlo implica, ante todo, asegurar el abasto oportuno, un campo donde el país ha dado pasos significativos al distribuir remesas a los 32 estados antes del inicio formal de la jornada. Este factor logístico es la columna vertebral de la campaña, pero no puede consolidarse sin el compromiso de las unidades de salud y el personal capacitado para mantener la cadena de frío, registrar adecuadamente cada aplicación y ofrecer orientación clara a la población. Si un biológico se extravía en un almacén, si se descongela indebidamente o si el registro se captura de forma incorrecta, el esfuerzo de planificación pierde efectividad y la comunidad percibe falta de seriedad.
La Semana Nacional de Vacunación no se limita a la población infantil, aunque esta siga siendo prioritaria. El programa de este año extiende su cobertura a adultos de veinte a cincuenta y nueve años, un grupo tradicionalmente olvidado en las campañas masivas.
Incluir refuerzos contra tétanos y difteria, además de esquemas de hepatitis B y la SR para sarampión y rubéola, es una decisión estratégica.
Con ello se fortalece la inmunidad colectiva y se reducen las barreras intergeneracionales que de otro modo permitirían rebrotes fácilmente evitables.