DOMINGA.– Aspiró cuatro rayas con esa succión de quien lleva tiempo drogándose. Jamás sospechó que ese perico venía “cortado” con fentanilo. En cuanto bajó del auto de su dealer, un afroestadounidense calvo y de ojos vidriosos, se sintió eufórico. Apretó el paso y se coló sin pagar a la estación El Cerrito Plaza, en el Área de la Bahía de San Francisco. Pero apenas llegó al andén, Jorge Croma, un artista plástico local, cayó al piso fulminado por una sobredosis de fentanilo y heroína.
A pocos kilómetros de ahí, el narcotraficante que por más de un año ha alimentado la adicción de Jorge Croma y cientos de clientes en el noroeste de California, regresaba al autolavado que utiliza junto a su grupo delictivo como pantalla. Él manda como ‘jefe de plaza’ en ese pedazo de territorio donde el flujo de opioides y drogas sintéticas lo controlan, no por los mitológicos narcos de bota y sombrero, sino las redes de distribución de criminales gringos. Más de 33 mil grupos de motociclistas, bandas carcelarias y callejeras identificados por el FBI, con sus miles de ‘dealers’ y “soldados” peleando por territorios, envenenando las calles de Estados Unidos.
Según el departamento de Salud Pública de California, en 2024 murieron 4 mil 852 personas por sobredosis de fentanilo y 244 por sobredosis de heroína, un total de 5 mil 096 muertes en tan sólo uno de los 50 estados de la Unión Americana.

Originario del Estado de México, Croma dice que corrió con suerte, ya que tenía antecedente de un fuerte brote psicótico por consumo de metanfetamina. En cuanto se desvaneció en el andén la gente se apresuró a ayudarlo. Él no escuchó nada. Todo su ser se cerró, incluida su capacidad respiratoria. El pintor de 33 años se estaba muriendo en medio de curiosos, hasta que alguien le metió un primer disparo de naloxona por una de sus fosas nasales.
La naloxona, conocida como Narcan, es un medicamento que actúa como antídoto contra los opioides. Actúa bloqueando sus efectos en los receptores del cerebro y restaura la respiración. Pero la primera dosis de cuatro miligramos del aerosol no logró traer de regreso al joven pintor. Croma seguía sin responder, hasta que otra dosis de Narcan lo incorporó del piso entre sonoros ronquidos y jadeos.
Croma volvió a tener plena conciencia en la ambulancia que lo llevó al Centro Médico Kaiser Permanente en la ciudad de Richmond, donde terminaron de salvarle la vida. “Me hubieran dejado dormir”, dijo con sorna a los paramédicos, quienes le recomendaron no repetirlo porque, de ser escuchado por la policía, los agentes podrían invocar un 5150 y sería internado en un psiquiátrico por al menos 72 horas, como ordena el Código de Bienestar e Instituciones de California, conocido como el fifty one-fifty. Desde 1964 este código se ha implementado para proteger de sí mismos a las personas con adicciones en crisis.

Si en México están los temibles cárteles de la droga, en California y en el resto de Estados Unidos operan los no menos mortíferos cárteles gringos, un crisol de organizaciones multirraciales: las Bandas de Motociclistas Criminales (OMGs por sus siglas en inglés), fundadas a finales de los años cuarenta en California, Texas y Chicago. Éstas mantienen nexos con viejas bandas carcelarias: los supremacistas blancos de la Hermandad Aria y La Mafia Mexicana, así como con grupos delictivos urbanos, como los Norteños, Sureños y otras legiones de delincuentes afiliados a las dos principales bandas urbanas con presencia nacional; los Bloods y los Crips, con cerca de 65 mil activos según el Departamento de Justicia de Estados Unidos.
Estos y otros grupos perfectamente organizados y con una base social sólida, algunos con fachadas de clubes de motociclistas y otros como grupos de defensa comunitaria, son los responsables de llevar el fentanilo, la metanfetamina, la heroína y la cocaína –comprada a los narcos mexicanos– a las venas y narices de los enfermos de drogadicción en todo Estados Unidos.
La complicidad de funcionarios y agentes aduanales de EU

Estos grupos son los sádicos criminales que operan en lo más oscuro de la narrativa –hipócrita y victimizante– que la Casa Blanca ha impuesto al mundo por décadas, actualmente utilizada por el presidente Donald Trump para chantajear y golpear a México con imposiciones arancelarias.
Al presidente Trump poco le ha importado que 86% de las personas sentenciadas por delitos de drogas que involucran opioides, sean ciudadanos estadounidenses y que sólo 7% sean mexicanos, según un reporte de 2024 por la Oficina de Estadísticas del Departamento de Justicia de Estados Unidos. Tampoco pareció significarle demasiado la reducción de 64% en el tráfico de fentanilo a partir de la llegada de Claudia Sheinbaum a la presidencia de México, como lo confirman las propias cifras de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos.
Sin embargo, por más que sea repetida, la retórica agresiva de Donald Trump ya no logra embozar la cada vez más evidente crisis estadounidense de inseguridad ciudadana y salud pública que, hasta el día de hoy, permite a Croma comprar la metanfetamina que un motociclista entrega a su dealer, a plena luz de día, gracias a la complicidad de corruptos agentes aduanales fronterizos.

Como el caso de Leonard Darnell George, sentenciado a 23 años por permitir en 2021 el paso de vehículos cargados con metanfetamina en la garita de San Ysidro, California; o el agente de la DEA José Irizarry, declarado culpable en 2020 de 19 cargos de corrupción, incluyendo lavado de dinero proveniente del narco colombiano y fraude bancario. Según las declaraciones de Irizarry, decenas de agentes federales, fiscales, informantes y narcotraficantes viajaron a ciudades ubicadas en tres continentes para recoger el dinero que posteriormente lavaban mediante una cuenta bancaria aperturada con una identidad falsa. Así recibían las ganancias desviadas del narcotráfico y disfrutaban de fiestas en yates con alcohol, drogas y prostitutas.
Su casa en el Caribe colombiano, a donde la DEA lo destacó, se convirtió en destino frecuente de funcionarios federales desde 2015, incluida la entonces Fiscal Federal adjunta en Cleveland, Marisa T. Darden, quien se bajó de su candidatura como la primera mujer afroamericana en ejercer el puesto de fiscal en el distrito norte de Ohio, luego de que Irizarry afirmara que ella estuvo en una de sus fiestas.
“No se puede ganar una guerra imposible de ganar”, declaró Irizarry a la agencia AP poco antes de ser detenido. “La DEA lo sabe y sus agentes lo saben. Hay tanta droga saliendo de Colombia y hay tanto dinero. Sabemos que no estamos marcando la diferencia. La guerra contra las drogas es un juego […], un juego muy divertido el que estábamos jugando”.
A lo largo de siete años el agente de la DEA y sus cómplices se divirtieron en un juego macabro que ha matado a miles de forma violenta a ambos lados de la frontera y que hoy se utiliza como instrumento de coerción en la política internacional del gobierno de Donald Trump.
Estados Unidos normaliza a sus organizaciones criminales

Ante el incremento de homicidios y muertes por sobredosis en el país, en 2022 la DEA lanzó la Operación Overdrive, diseñada para identificar a las redes de narcotraficantes que operaban en zonas con mayor tasa de violencia y muertes por sobredosis. La primera fase se implementó en 34 ciudades y se detectaron “tendencias alarmantes” sobre la actividad de redes estadounidenses generadoras de violencia armada, las cuales hasta el día de hoy disputan el control de territorios con la misma fiereza que lo hacen las distintas ramas del Cártel del Golfo en Reynosa y Nuevo Laredo a lo largo de la Frontera Chica en el norte de México.
Durante la segunda fase de la Operación Overdrive de febrero a julio 2023, se comprobó que una célula afín al grupo de los Bloods operaba en el área de Durham, Carolina del Norte; compraba fentanilo, metanfetamina y cocaína al Cártel Jalisco Nueva Generación, para después distribuirlo con los drogadictos locales.
La falsa narrativa de Washington en la que se culpa a los narcos mexicanos de ser los únicos responsables de la crisis de opioides que hasta ahora ha matado a casi medio millón de personas en los últimos cinco años, no sólo oculta la incapacidad del gobierno estadounidense de acabar con su propia corrupción institucional, también esconde la verdadera falta de voluntad para erradicar a sus organizaciones criminales. Las normaliza, mitifica y acepta como parte de su cultura de consumo y entretenimiento masivo, llevándolas casi a la total impunidad, incluso con el guiño complaciente del presidente de Estados Unidos.

El 22 de febrero de 2025, en una conferencia de prensa celebrada unos días después de que Donald Trump designara como grupos terroristas a organizaciones criminales de México, Venezuela y El Salvador, el presidente encubrió con cinismo la profunda responsabilidad de los Hells Angels en la crisis de drogadicción que hay en su país.
Al igual que otras organizaciones criminales de motociclistas como Los Bandidos, el segundo con mayor presencia según el Departamento de Justicia, los Hells Angels usan a clubes de motociclistas “satélite” y a pandillas urbanas para la distribución de metanfetamina y opioides que compran a los cárteles mexicanos, al amparo de un discurso incendiario que no los toca.
En aquella conferencia, Trump banalizó frente al mundo, con la misma trivialidad de quien habla de música pop, las actividades criminales de los Hells Angels poniéndolas como si fueran asunto menor porque, dijo el magnate, comparados con el Tren de Aragua de Venezuela y la MS-13 de El Salvador, los brutales motociclistas capaces de torturar y desaparecer a uno de los suyos en cremaciones clandestinas, eran unos “inocentes bebés.” Incluso, fue más allá al pintar a los Hells Angels como unos patriotas que amaban a Estados Unidos:
“El poder absoluto del gobierno federal [está] ahora dedicado a erradicar a la MS-13 y al Tren de Aragua… El problema con ellos es que hacen ver a nuestros criminales como gente bonita; los hace ver como bebés. ¿Conocen a los Hells Angels? Están dentro de las personas más amables en la tierra, cuando los comparas con estos matones. Los Hells Angels, de hecho, aman a nuestro país. Créanlo, porque en realidad lo aman”.
Los aplausos y gritos de la audiencia explotaron jubilosos. En vivo y en directo, la narrativa del presidente despojó de toda responsabilidad criminal no sólo a los Hells Angels, sino a todas las Bandas de Motociclistas Criminales y sus clubes rémora que los obedecen ciegamente; sus socios italianos, y a los de pandillas callejeras que fungen en muchos casos como sus narcomenudistas.
Hells Angels y las Bandas de Motociclistas Criminales

Fundados en Fontana, California, en 1948 por excombatientes de la Segunda Guerra Mundial, los Hells Angels pertenecen a las cinco grandes Bandas de Motociclistas Criminales identificadas por el FBI y el Departamento de Justicia de Estados Unidos. Los otros cuatro –Bandidos, Pagans, Outlaws y Son of Silence– también tienen presencia nacional e internacional. Son organizaciones delictivas sofisticadas y herméticas. A finales de los sesenta, los Hells Angels formalizaron estructuras organizadas, crearon liderazgos y se expandieron a otros estados por medio de motociclistas itinerantes llamados Nómadas.
Así crearon franquicias o capítulos en varias ciudades del país y con el paso de los años dominaron la producción de metanfetamina para el consumo de la clase trabajadora predominantemente blanca. Según el Departamento de Justicia de California, debido a la experiencia en manejo de armamento sofisticado de varios de sus , veteranos del ejército de Estados Unidos y a sus redes delictivas internacionales, las Bandas de Motociclistas Criminales representan “una amenaza colosal para la sociedad en general y, en particular, para las fuerzas del orden”.

“Son un cártel internacional”, dice sin chistar el periodista y escritor franco canadiense Julian Sher, después de la presentación de su libro, Hitman sobre Yves Apache Trudeau, un asesino serial del capítulo quebequense de los Hells Angels, que mató a más de 43 personas. Sher explica que en Estados Unidos “los Hells Angels son una inteligente fuerza delictiva” que controla el tráfico en las calles gracias a sus os con la delincuencia organizada en otros países:
“El problema para una pequeña pandilla callejera en Nueva York o San Francisco es que no tienen el conocimiento ni el dinero para tratar directamente con los cárteles mexicanos o colombianos. Sólo controlan su pequeña calle, ¿correcto? Y los cárteles mexicanos son poderosos, pero no van a enviar la droga a un barrio de Chicago, ¿verdad? Porque no conocen Chicago”.
“Así que los Hells Angels, al igual que la mafia italiana, tienen la capacidad internacional de hacer tratos con los cárteles mexicanos y colombianos, para importar enormes cantidades de cocaína y otras drogas. Y luego, debido a su control de las calles, pueden distribuirla y hacer que la vendan estas bandas más pequeñas. Así es como funciona. Los Hells Angels desempeñan un gran papel como intermediarios”.

El discurso victimista de Trump en el que culpa a México por su crisis nacional de drogas parece diluirse ante las propias cifras de su gobierno que reflejan su fracaso evidente para erradicar a sus grupos criminales escandalosamente normalizados, los responsables directos de envenenar a miles de estadounidenses. Según Sher, con tres libros publicados sobre el cártel de los Hells Angels, las bandas de Motociclistas Criminales son grupos independientes de la delincuencia organizada involucrados en extorsión, prostitución, tráfico de armas y narcotráfico.
“No sólo traen cocaína de México o Colombia. También venden fentanilo y metanfetamina. La metanfetamina se produce localmente en Estados Unidos y también se produce en Canadá. No es necesario importarla. Se importan los precursores, pero aquí se fabrica la droga”.
Existen más de 300 grupos activos de motociclistas

Mientras que Donald Trump plancha el camino del intervencionismo con el pretexto de las organizaciones terroristas latinoamericanas, el mundo entero puede comprar por internet la mercancía de una de estas organizaciones criminales transnacionales más despiadadas, y a quienes Trump reconoce como “americanos que aman su país”.
Los Hells Angels, padres históricos de la producción de metanfetamina y quienes en la década de los noventa gozaron de los servicios del Cártel de los Hermanos Amezcua Contreras, por ser más efectivos en la producción de cristal, recibieron el guiño complaciente y banalizador del hombre más poderoso del mundo. No sorprendió a nadie. El 20 de mayo de 2024 la comitiva que acompañó a Trump en un tribunal en Manhattan incluyó al expresidente de los Hells Angels, Chuck Zito, el hombre que fundó la sección Nómada del grupo motociclista en Nueva York a inicios de los ochenta y pasó varios años en prisión por cargos de narcotráfico.
“A pesar de lo que puedan decir algunos políticos, las agencias policiales clasifican a los Hells Angels como uno de los principales grupos del crimen organizado en Estados Unidos y el mundo. Son parte de nuestra cultura y debemos estar dispuestos a enfrentarlos de la misma manera con la que enfrentamos y condenamos la violencia de los cárteles mexicanos”, dice con firmeza Julian Sher.
Según el Departamento de Justicia, actualmente existen más de 300 de estos grupos activos en Estados Unidos. Varían en tamaño, desde capítulos individuales con cinco o seis personas, hasta cientos de capítulos con miles de en el mundo.

Los cárteles gringos sí existen, sólo que la Casa Blanca los ha eliminado de su retórica, mientras que la cultura pop los ha romantizado con series de televisión como Sons Of Anarchy, la cual incluyó la participación de David Labrava, un ex integrante de los Hells Angels que en 2008 fue arrestado en el condado Missoula, en Montana, por delitos graves relacionados con drogas y por privar de su libertad a una mujer dentro de un cuarto de hotel. LaBrava fue contratado como actor y consultor en la multimillonaria industria del entretenimiento, que halló un inmenso mercado en la glorificación de grupos criminales capaces de ejercer la más brutal de las violencias.
Del otro lado del mapa, en California –el centro neurálgico del tráfico de drogas estadounidense–, Jorge Croma aún se recupera de la sobredosis que sufrió el 8 de abril de 2025, mientras camina frente a la sede de los Hells Angels en la ciudad de Richmond: una impecable casa blanca con techo de dos aguas y un balcón con cerca rojiza. Debajo cuelga la muerte alada, el símbolo sagrado del cartel de los Hells Angels desplegado con todo el cinismo que la normalización del crimen organizado estadounidense les ha permitido desde hace más de medio siglo.
GSC/ATJ