Cultura

Ibargüengoitia: el humor y las cosquillas

Al margen

‘El oficio del autor dramático. Crónicas teatrales y otros textos’, editado, compilado y prologado por el escritor e investigador Juan Javier Mora-Rivera, es un libro de más de 600 páginas sin desperdicio.

En todos los sentidos, El oficio del autor dramático. Crónicas teatrales y otros textos (Ediciones La Rana, 2024), de Jorge Ibargüengoitia, editado, compilado y prologado por el escritor e investigador Juan Javier Mora-Rivera, es un gran libro: más de 600 páginas sin desperdicio. En su amplio y documentado estudio introductorio, “Jorge convirtiéndose en Ibargüengoitia”, Mora-Rivera recorre la trayectoria artística del autor de Los relámpagos de agosto (su primera novela), menciona los principales trabajos escritos sobre su obra, señala que “su etapa como crítico teatral está compuesta por más de setenta textos” publicados en Revista de la Universidad de México, Revista Mexicana de Literatura y los suplementos, dirigidos por Fernando Benítez, “México en la cultura”, del periódico Novedades y “La cultura en México”, de la revista Siempre!

Ibargüengoitia, discípulo de Rodolfo Usigli, comenzó su carrera literaria como dramaturgo, que abandonó, decepcionado, para dedicarse a la crítica, en la que —escribe Mora-Rivera— “es posible advertir al observador mordaz, rudo, insolente, tempestuoso y, sin embargo, deslumbrante de nuestra literatura cuyo estilo único articula los mecanismos del humor y la ironía…”. Es, sin duda, un crítico exigente, riguroso, insobornable.

Además de las críticas, agrupadas de acuerdo con el año en que fueron publicadas (comienza en 1956 con el ensayo académico “El oficio del autor dramático”, prólogo de su obra Ante varias esfinges que presentó como tesis para obtener el grado de maestro en Letras especializado en Arte Dramático en la UNAM, continúa hasta 1964 para finalmente cerrar con un texto sobre el estreno de Él, de e. e. cummings, obra dirigida por Juan José Gurrola), el libro contiene dos apéndices inapreciables: “En primera persona: Memorias de la dramaturgia fracasada” (1935-1979) y “Breve correspondencia alrededor de la relación Usigli-Ibargüengoitia (1953-1958)”, además de índices bibliográfico y hemerográfico.

En el primer apéndice, Ibargüengoitia habla de su ruptura con Usigli, con quien sostuvo una relación cordial, hasta que el maestro concedió una entrevista en la que al mencionar a los escritores jóvenes del país se olvidó de su discípulo, al que había ayudado en varios momentos. “Entonces me dio mucha rabia”, dice Ibargüengoitia en “Recuerdo de Rodolfo Usigli”. “El caso es que yo, en venganza, escribí, y publiqué en el suplemento de Novedades, una nota intitulada Sublime alarido del ex alumno herido acompañada de una tragedia en verso libre que se llama No te achicopales, Cacama. Nada de lo que he escrito ha sido tan venenoso ni nada ha tenido tanto éxito”.

Un texto inclemente del Landrú de Alfonso Reyes en la Revista de la Universidad, la valió una respuesta de Carlos Monsiváis, quien salió en defensa del polígrafo regiomontano. Este fue, según la opinión generalizada, el detonante del alejamiento de Ibargüengoitia de la crítica teatral; sin embargo, según Mora-Rivera, “esa decisión estaba para él tomada luego de advertir que sus bienintencionados esfuerzos críticos terminan por no estar logrando su cometido…”. Como sea, Ibargüengoitia no se quedó callado y en su última columna en la publicación de la UNAM señaló: “Escribo este artículo nomás para que no digan que me retiré de la crítica porque Monsiváis me puso como Dios al perico, o porque me corrieron de aquí por mal crítico. […] Me voy porque ya me cansé de tener que ir al teatro…”.

Ibargüengoitia se alejó del teatro para refugiarse, felizmente, en la novela. En 1964 publicó Los relámpagos de agosto y desde entonces, además de artículos periodísticos, se dedicó a una obra narrativa que deslumbra por su fuerza y vigencia.

El libro es de una riqueza extraordinaria, por las ideas, las convicciones y el humor irremediable de Ibargüengoitia, quien ante el comentario de algunos críticos de que sus textos hacían reír a la gente, lo cual era positivo en un país tan solemne como el nuestro, escribe: “en el supuesto de que sea benéfico que la gente se ría, se puede lograr el mismo efecto con solo hacerse cosquillas unos a otros, sin que yo tenga que molestarme escribiendo”.

AQ

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