Cultura
  • Rosario Castellanos y la conciencia de ser mujer

  • Centenario
  • Entre la poesía, el ensayo y la ironía, su obra reveló con lucidez la doble condición de ser mujer y ser mexicana. Su archivo íntimo, hoy abierto al público, redobla el eco de una voz que supo hacerse escuchar.
Rosario Castellanos fue novelista, poeta, ensayista, cuentista, periodista y diplomática. (Secretaría de Cultura)

Heme aquí suspirando

como el que ama y se acuerda y está lejos.

Rosario Castellanos, “Nostalgia”

En estos días, mientras invocamos a Rosario Castellanos en su centenario, el encuentro con su obra, monumental y de indiscutible vigencia, no deja de asombrarnos. A pesar de la muerte anticipada —49 años—, su trayecto por las letras revela a esa escritora tenaz, fecunda, que anduvo a galope entre poesía y novela, ensayo, crónica, dramaturgia, ocupándose de todos los géneros y tocando temas tan diversos como el mundo de los indígenas, la religión, la situación de la mujer, el matrimonio y la maternidad, la soledad, el amor, la ausencia... Celebrar a nuestros autores en fechas memorables es pretexto para revisitarlos y se agradece que circulen nuevas ediciones de esta autora, como sus artículos periodísticos reunidos en los volúmenes Mujer de palabras I y II (UNAM/ FCE) o Sobre cultura femenina, libro indispensable reeditado en Letras mexicanas (FCE). La UNAM recién publicó La rueda del hambriento y otros cuentos, además de Cartas a Ricardo en la Colección Vindictas. A esta edición la acompaña un prólogo de Elena Poniatowska en el que se lee: “Hasta la fecha ninguna escritora mexicana había dejado un documento tan enriquecedor como estas cartas que le escribe Rosario Castellanos a Ricardo Guerra de julio de 1950 a diciembre de 1967”. Rosario y Elena coincidieron en los círculos literarios de la época y fueron amigas cercanas. Poniatowska evoca aquellos tiempos con entusiasmo y cariño.

“A Rosario la conocí mucho antes de que se fuera a Israel como embajadora. Tenía por ella una enorme iración. Estaba en la UNAM, en la época de Jaime García Terrés, director de Difusión Cultural. Él la quería mucho y la quiso todavía más el doctor Ignacio Chávez. Cuando el horrible episodio de la huelga estudiantil, en 1966, que le costó el puesto como rector, Rosario estaba indignada y decidió renunciar a la Dirección de Información y Prensa. También me encontré con Rosario varias veces en casa de Guadalupe Dueñas, quien seguido nos invitaba a comer. Fui muy su amiga. No es que fuéramos compinches, pero ella sabía que la estimaba, aunque no nos viéramos con frecuencia”.

Poniatowska entraba como oyente a las clases de Rosario Castellanos en la UNAM. “Eran a las tres de la tarde, una hora muy difícil, cuando todo el mundo quisiera hacer la siesta, pero si pasabas por ahí, en la Facultad de Filosofía y Letras se oían las carcajadas de sus alumnos. Los hacía reír a partir de sus defectos físicos: que si tenía en los pies no sé qué y se caía, que si sus manos eran enormes. Se burlaba de sí misma, lo cual es un síntoma de personas inteligentes, aunque también de querer que te quieran a partir de tu debilidad o tu incapacidad. Ella requería de los demás: véanme, óiganme, necesito de ustedes. Era muy fácil llegarle a Rosario, tenía una facilidad de palabra y de comunicación como ninguna otra escritora”.

“Ricardo y Rosario se conocen en México en la Facultad de Filosofía y Letras, en Mascarones, a fines de 1949. Desde su primera carta del 28 de julio de 1950, los términos son de entrega absoluta”, escribe Poniatowska. “Era una mujer obsesiva, hacía girar toda su vida en torno a su pareja, Ricardo Guerra, y él se crecía en la medida en que era más solicitado. En contraste con su sentido del humor, cuando hablaba de lo que le hacía Ricardo, de sus relaciones, de las impuntualidades, Rosario sufría. Me contó que una vez le hablaron a las cuatro de la mañana y le preguntaron que si sabía dónde estaba Ricardo. Ella respondió: No sé, yo también lo estoy esperando. Tenían una casa en Cuernavaca, iban los fines de semana. Allí Rosario se ocupó mucho de los hijos mayores de Ricardo, los que tuvo con la pintora Lilia Carrillo”.

A través de Ricardo Guerra conoció a destacados filósofos en la facultad. Fue cercana a Luis Villoro, por ejemplo. Pero a ella le interesaban más las letras, tanto, que no se presentó al examen para obtener el doctorado. “Su manera de introducirse a todos era diciendo que no sabía nada”, continúa Poniatowska, “que no era digna de estar entre ellos, que no entendía por qué la escuchaban o volteaban a verla. Quizás era una forma de llamar la atención, sabiendo muy bien que estaba a la altura de todos. En el círculo de la literatura fue cercana a Juan Bañuelos, Jaime Sabines, a gente muy valiosa. Por supuesto, Octavio Paz, pero Elena Garro le parecía imprevisible, difícil. A mí me dijo que le tenía terror. Había cierta actitud despectiva de parte de algunos escritores que quizá no conocían bien su obra y la llamaban indigenista, la tachaban de provinciana y caserita. Ella buscaba el reconocimiento en la literatura, pero no decía: ‘yo quisiera ser esto más que lo otro’, no era su carácter. Lo único que quería en la vida es que Ricardo Guerra la quisiera, y como él tenía un corazón en el que cabían todas las mujeres de la tierra, o casi, pues estaba difícil. Carlos Fuentes la quería, José Emilio Pacheco fue su gran amigo. Y el más amigo de todos fue Héctor Azar, el dramaturgo. La llevaba a todas partes, incluso creo que al hospital el día que nació su hijo”.

Encasillarla como indigenista infundía un efecto de desprecio hacia el trabajo de Castellanos, aun cuando su obra fue más allá de Balún Canán, Ciudad Real y Oficio de tinieblas. Ahora bien, en torno a esta faceta, Nahum Megged, amigo cercano de Rosario Castellanos, apunta: “Rosario Castellanos trató de expresar al indio y no de describirlo, así como trató de describir al blanco y al mestizo, descubriendo la tragedia de todos. No ídolo caído ni diablo atormentado, ni ser infrahumano, el indio respira vida en sus obras”. Al respecto, Poniatowska comenta: “Al hablar de los indígenas y de su infancia en Chiapas se describe a sí misma como blanca en medio de indios, terrateniente en medio de los desheredados, frágil en medio de gente maltratada por los mismos propietarios de las tierras, como lo era su papá. El contraste era notable”.

Rosario Castellanos en su infancia. Comitán, Chiapas, alrededor de 1929. (Colección Gabriel Guerra Castellanos)
Rosario Castellanos en su infancia. Comitán, Chiapas, alrededor de 1929. (Colección Gabriel Guerra Castellanos)

En cuanto a su interés por la situación de la mujer, en el libro Sobre cultura femenina, tesis con la que obtuvo el grado de maestra en Filosofía, en 1950, Castellanos expone reflexiones sustantivas. Reconoce, por ejemplo, que la figura de la mujer ya no es extraña en ninguna de las formas de vida, y las batallas libradas para conquistar ese derecho han sido reconocidas sin la oposición de obstáculos insalvables. Para José Emilio Pacheco, “no hubo quien tuviera una conciencia tan clara de lo que significa la doble condición de ser mujer y ser mexicana. Además, hizo de esta conciencia la materia prima de su obra”. Monsiváis fue contundente: “En Rosario Castellanos se extingue la literatura femenina y se inicia la literatura de la mujer”. Raúl Ortiz y Ortiz, intelectual y amigo íntimo de Rosario Castellanos, señaló: “Cuando encara y condena la injusticia de la mujer en un mundo machista, se guarda de usar la palabra igualdad porque considera que el único medio para resolver este tipo de conflictos se halla en la complementación de las partes, no en el enfrentamiento de dos adversarios que nunca podrán ser iguales”. Para Poniatowska, “Rosario era una mujer con mucha decisión y mucho carácter. Lo tuvo frente a su padre, un hombre severo. Creo que puso el dedo en la llaga de ciertos temas relacionados con las mujeres. El día de la mujer dio un gran discurso frente al presidente de la República, Luis Echeverría, y su esposa Esther Zuno. Un texto que causó sensación. De ahí su nombramiento como embajadora de México en Israel”.

Entre las escritoras mexicanas de la época, Rosario es la que tiene menos afán de notoriedad. Al contrario, insiste en que algunos de sus poemas le queman la cara de vergüenza y su autocrítica es feroz”, escribe Poniatowska en Las siete cabritas. Pero a pesar de ella misma”, dice Elena, “hizo aportaciones enormes a la poesía. Cuando la matanza del 2 de octubre de 1968 escribió un poema bellísimo”:

La oscuridad engendra la violencia
y la violencia pide oscuridad
para cuajar el crimen.
Por eso el 2 de octubre aguardó hasta la noche
Para que nadie viera la mano que empuñaba
El arma, sino solo su efecto de relámpago.

“Memorial de Tlatelolco”

En 1963 Rosario Castellanos comienza una colaboración en Excélsior que mantiene hasta su muerte. A decir de Poniatowska, “era una especie de diario de lo que sucedía en Israel, pero también de sus vivencias. Eran textos muy esperados y comentados. Por ejemplo, decía que iba a dos peinadoras y que una la peinaba a la despreocupé, con un secador, y que la dejaba como la reina de los vientos, entonces le duraba el peinado muy poquito. En cambio, otra la peinaba con algo que era como resistol, macizo, y el peinado le duraba toda la semana. En esa época se acostumbraba el crepé, entonces todas las mujeres salían con una especie de aureola de pelo parado. Los temas que tocaba Rosario fueron muchos y muy variados. Hay grandes aportaciones que van a seguir abonando a lo que ahora se vive en México. Habló también sobre la maternidad por el hecho de que perdió varios hijos, esto lo hizo público. Finalmente, nació Gabriel”.

En el ensayo Rosario Castellanos: un largo camino a la ironía, Nahum Megged escribe: “En su último tramo creativo, tanto en poesía como en prosa, se descubre otra Rosario; la que cambió lo trágico por lo irónico al contemplar desde arriba los hechos del mundo, su propia vida”. Señala también cómo esa vida estuvo poblada por un sentido mágico, quizá porque se había asomado al universo de los chamulas, zoques y tzotziles. En un fragmento de Poesía no eres tú revela el sortilegio: “Tal vez cuando nací alguien puso en mi cuna/ una rama de mirto y se secó./ Tal vez eso fue todo lo que tuve/ en la vida, de amor".

Raúl Ortiz y Ortiz aportó mucho para dar a conocer a Rosario Castellanos. En su edición de Cartas encontradas (1966-1974) rescata la correspondencia entre ambos, un intercambio epistolar que da cuenta del ambiente político, literario y social en México e Israel, así como las pasiones y preocupaciones de Rosario. En el prólogo, Ortiz y Ortiz revela momentos definitivos en la vida de Rosario. Por ejemplo: “La tensión y las horas de angustia que generaban a diario los problemas conyugales eran a tal grado insoportables que llegaron a culminar en un intento de suicidio”. Destaca también la agudeza crítica de Rosario, su madurez intelectual y emotiva: “Su voz siempre se elevó ante la injusticia, la hipocresía y la simulación”. Ortiz y Ortiz narra el último día de Rosario en Israel y cómo, antes de morir, alcanzó a enviar la última colaboración a Excélsior, titulada “Recado a Gabriel: donde se encuentre”.

A cien años, estamos apenas conociendo documentos, fotografías y objetos de Rosario Castellanos que habían permanecido en cajas. Ahora se exhiben por primera vez en el Antiguo Colegio de San Ildefonso en la muestra Un cielo sin fronteras. Rosario Castellanos: archivo inédito, una iniciativa de Cultura UNAM. Para Elena Poniatowska, “la apertura de las cajas de archivos ha sido una gran aportación de Gabriel Guerra. Cualquier madre estaría orgullosa de tener un hijo como él”.

Elena Poniatowska rememora la tarde de aquel 7 de agosto de 1974: “La muerte de Rosario fue muy impactante. Me acuerdo cuando me llamó una reportera y me dijo: ¿Qué piensas de la muerte de Rosario Castellanos? Yo dije: ¿De qué me hablan? Fue muy inesperada. Siempre guardo un gran sentimiento hacia ella y la sigo leyendo, sobre todo su poesía. Si me preguntaran con qué libro me quedo, diría que Poesía no eres tú. Además de haber creado una obra que es leída y reconocida en el mundo, Rosario tuvo el mérito de que la quisieran mucho las mujeres en su época. Fue muy querida y gozó de mucha simpatía”.

AQ

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