Graduado en Sigüenza

Toscanadas

Una digresión sobre la sabiduría, la universidad como filón o espejismo, y los ecos cervantinos de una pregunta aún vigente: ¿qué queremos aprender, si es que queremos?

Cuando don Quijote pide información sobre un hombre que acaba de morir, le dicen que “había sido estudiante muchos años en Salamanca, al cabo de los cuales había vuelto a su lugar con opinión de muy sabio y muy leído”. También elogia al cura Pero Pérez por sus estudios, pero con un toque de ironía, al describirlo como “hombre docto graduado en Sigüenza”, porque esa universidad tenía baja respetabilidad.

En la nota al pie, se puede leer algo que resulta muy contemporáneo para referirse a muchos centros de estudio: “La universidad de Sigüenza, como… la de Osuna, eran universidades «silvestres», poco prestigiosas, más baratas que las de Salamanca o Alcalá y menos exigentes a la hora de otorgar los títulos. Corría la fama de que los profesores, al aprobar al estudiante que se graduaba, decían: «Aceptemos el dinero y mandemos a este asno a su patria»”.

Shakespeare pone un promedio de 114 palabras por soneto; Lope de Vega apenas 94. (Ilustración: Luz Cebrián) arrow-circle-right

Más allá de la venta de títulos y de las tesis plagiadas o escritas por negros, que, sin perdón, así se llaman, cada vez más prolifera en las universidades la idea de que los alumnos son clientes y como tal hay que tratarlos. ¿Qué quieren los clientes? ¿Aprender o un título? Pues denles lo que quieren, que para eso pagan.

A lo largo de tres décadas, he visitado universidades que aún conservan su antaño prestigio. Sin embargo, una y otra vez, cuando converso con los profesores del área de letras, me dicen que a los alumnos no les gusta leer.

Vargas Llosa cuenta en Conversación en La Catedral que la Universidad de San Marcos “era un burdel” y al protagonista le disgustaba “el desgano de sus compañeros cuando se hablaba de libros”. Agrega que: “La Universidad era un reflejo del país… hacía veinte años, esos profesores a lo mejor eran progresistas y leían; después, por tener que trabajar en otras cosas y por el ambiente, se habían mediocrizado y aburguesado”.

Siempre provocador, Nietzsche decía que las universidades alemanas “se hallan totalmente al margen de la cultura y están abiertas, en cambio, a todas las corrientes de la incultura”. Consideraba a los catedráticos “obstáculos para la cultura” y había que suponer que eran “incultos y zafios”, salvo los pocos que dieran muestra de lo contrario.

Pienso en aquel viejo adagio de “Lo que natura no da, Salamanca no lo presta”. Por si faltara explicación, Alfonso Reyes dice: “Querían decir que, si se es estúpido, poco se aprende con el estudio”.

¿Pero qué pasa con lo que natura sí da? En Don Quijote, vemos que Pero Pérez es hombre sabio y bien leído. Un Pero Pérez salido de Sigüenza es superior a un asno salido de Salamanca. Así, con todos sus defectos, las universidades siguen siendo filones para quien quiere extraerles el mineral. Y no deja de haber minas de hierro, cobre, plata y oro. ¿Qué habría sido de Pero Pérez si se hubiese graduado en Salamanca?

AQ

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