En la recta final de toda campaña electoral comienza el llamado al “voto útil”, ese que ejercen indecisos y decepcionados a favor del candidato que consideran “menos peor”. Pero, ¿para quién es útil?
Marcar la casilla por una persona a pesar de no estar convencido de su proyecto político, con quien no se comparten ideologías, que contiende por uno o varios partidos con los que no se comulga, es una traición a sí mismo.
En una democracia, el voto es el principal medio que tiene la ciudadanía para hacerse escuchar y decidir el camino de los siguientes años; y por eso solamente debe ser de utilidad para sí mismo, no para partidos ni políticos que se acuerdan de que su posición depende de la gente cada tres y seis años.
Aún así, hay un importante abstencionismo electoral. De acuerdo con un estudio de la empresa México Bigdata, 37 por ciento de la lista nominal no votó en 2018, cuando Andrés Manuel López Obrador ganó la Presidencia; y en las intermedias de 2021 no se presentó a votar 47 por ciento del electorado. El próximo 2 de junio, 97.5 millones de personas podrán ejercer su voto, según cifras del Instituto Nacional Electoral, y se espera superar 60 por ciento de la participación.
Sin embargo, de nada sirve ir a la casilla y marcar la boleta, si el sufragio no es un pronunciamiento personal sobre el rumbo que deben tomar nuestros gobiernos y nuestra sociedad.
El llamado no debe ser por el “voto útil”, sino por el voto razonado. Cada uno tiene que asumir su responsabilidad de conocer las posturas de los aspirantes a un cargo público, corroborar las fuentes de información para evitar caer en noticias falsas, y formarse una opinión propia sobre las iniciativas y las gestiones de los actores políticos que hoy buscan que les demos algo tan valioso como nuestro respaldo en las urnas.
Todavía faltan dos semanas para la jornada electoral, tiempo suficiente para revisar los proyectos de las y los candidatos, y que el voto realmente responda a una postura política personal, y sea de utilidad para la democracia.
