En todo el mundo, el concepto de salir a bolsa ha sido una especie de “graduación” para las empresas que llegan a una cierta escala. Además de darles a capital para seguir creciendo o permitirle a sus accionistas capitalizar el valor generado, la salida a bolsa ha significado, históricamente, el siguiente paso en el proceso de maduración e institucionalización de una organización.
En nuestro país, sin embargo, las IPO desaparecieron: la última colocación relevante en la Bolsa Mexicana de Valores fue la de Cox Energy América, en 2020.
Desde entonces: silencio.
Lo que sí han habido son deslistes. Aeroméxico, Grupo Lala, Grupo Sanborns, IEnova, Santander México, Bio Pappel, Bachoco, Fortaleza Materiales, Elementia, Rassini, Maxcom, Monex... la lista sigue. Los grupos de control detrás de estas empresas decidieron que no tenía sentido seguir siendo públicas, y prefirieron comprar las acciones que no tenían todavía, y con ello deslistar sus empresas.
En todos los casos habrían considerado que sus acciones estaban subvaluadas, que había poca liquidez y que la carga regulatoria era alta. Es decir, que simplemente no recibían mucho valor a cambio del costo y la complejidad de seguir listados.
Hoy el mercado accionario mexicano está, para efectos prácticos, en pausa. Y no necesariamente porque las empresas no estén creciendo o no haya proyectos interesantes. Todo lo contrario. Es más bien que el mercado de capitales dejó de ser atractivo. Muchas compañías encuentran mejores condiciones —menos escrutinio, menos volatilidad y en ocasiones, mejor valuación— consiguiendo capital privado o deuda.
En México hay cerca de 140 empresas que cotizan en bolsa, de las cuales no más de 30 o 40 debieran tener una rotación diaria de acciones —y con algunas excepciones, aún esas tienen muy poquita liquidez. Esa falta de liquidez aleja a los inversionistas, especialmente a nuevas generaciones que muy con facilidad pueden abrir una cuenta en TD Ameritrade o Schwab y comprar acciones de Amazon, Nvidia o Tesla (y con a mucha más información).
Para muchos, la reflexión termina siendo porqué invertir en el mercado mexicano —donde hay quizás 20 emisores relevantes, poca liquidez y poca cobertura— pudiendo mejor invertir en empresas globales con crecimientos reales, que tienen cobertura de analistas y mercados eficientes.
La falta de información y escaso análisis es un problema. Y eso, combinado con un regulador que exige poco y que no sanciona las omisiones, ha ido deteriorando la confianza en el sistema. A eso súmale que muchos empresarios mexicanos, aún si consideran hacer una oferta, quieren quedarse con el 51%. Con eso, ipso facto, limitan la liquidez. Y sin liquidez, no hay mercado.
Sin nuevas emisoras y con deslistes frecuentes, el mercado se encoge. Con ello se reduce su relevancia. Es un círculo vicioso.
Para el ecosistema empresarial de este país esto es importante: tener un mercado de capitales sólido, profundo y confiable es parte esencial del desarrollo económico.
Hoy eso no existe —y en lo personal, no termino de ver cómo o por qué cambiará.