Siete jóvenes fueron asesinados a balazos la madrugada del lunes 19 de mayo, alrededor de la 1:40 a.m., en la comunidad de San Bartolo de Berrios, en el municipio de San Felipe.
El ataque ocurrió mientras aún se recogían los restos de una celebración religiosa, dejando en estado de shock no solo a los habitantes de este pequeño poblado, sino a todo Guanajuato.
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Entre las víctimas se encontraban dos hijos del delegado de la comunidad.
El padre José de Jesús Pérez Negrete, párroco de la iglesia Santa María Guadalupe, Reina de los Apóstoles, fue testigo directo de la tragedia.
“Estábamos recogiendo las sillas y los manteles del evento en honor a la Virgen. Ya solo quedábamos los servidores cuando comenzaron los balazos… Nos tiramos al suelo. Al salir, estaban los papás llorando. El dolor ahí, presente, brutal”, narra aún con la voz estremecida.
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Eran muchachos buenos y llenos de vida
El sacerdote, quien lleva casi siete años al frente de esta comunidad, conocía bien a los jóvenes. Algunos los vio crecer; a otros los conocía por sus padres.
“Se juntaban aquí en la plaza, platicaban, reían. Eran muchachos buenos, llenos de vida”, recuerda con un nudo en la garganta.
La violencia ha tocado antes a San Bartolo, pero nunca con tal crudeza. A menos de dos meses de otro hecho violento en la misma comunidad, la herida apenas comenzaba a sanar… y volvió a abrirse.
“La impotencia es lo primero que se siente. Ver a nuestra gente llorar por sus hijos es una cosa inexplicable. No hay palabras para eso”, expresa el padre José, sin contener la tristeza.
El miedo ha paralizado a la comunidad. Las actividades cotidianas se suspendieron, la plaza permanece vacía y el ambiente está cargado de dolor.
Sin embargo, desde la fe y la empatía, el párroco lanza un mensaje claro: no debemos acostumbrarnos a esta violencia.
“No podemos dejar que la muerte tenga la última palabra. Hay que seguir luchando por la paz, por la verdad, por la justicia. Cuidémonos mucho. Cuidemos a los hijos, a los hermanos, a todos”.
El sacerdote insiste en que estos jóvenes no estaban solos. Tenían padres presentes, amorosos, que hoy permanecen de rodillas, abrazando los recuerdos, intentando encontrar consuelo donde ya no hay respuestas.
“Estamos con ustedes”, les dice. “Dios está con ustedes. No están solos.”
En San Bartolo, donde la vida se vive de frente y el dolor también, permanece el eco de una plegaria que se niega a rendirse: que la vida tenga la última palabra.