Lo que antes era una comunidad tranquila, hoy está marcada por el miedo. En San Bartolo de Berrios, la inseguridad ha cambiado por completo la manera en que sus habitantes viven, trabajan y se relacionan.
Juana Martínez, vecina de toda la vida, lo sabe bien; ella recolectaba latas por las noches para apoyar en su casa, pero desde hace tiempo dejó de salir por temor a ser víctima de la violencia.
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“Antes era libre, uno podía andar por toda la comunidad sin miedo, de orilla a orilla”, recuerda. “Yo me iba a los bailes, juntaba mis latas, regresaba a dejar la carretilla y me volvía a salir. Todo eso ya se acabó”.
Juana es ama de casa y recolectora. Su esposo vive con una discapacidad, y ella misma padece diabetes. Reunir latas era su forma de contribuir al gasto, especialmente para costear sus jeringas y medicamentos.
“Antes me encontraba con gente en los eventos, todos nos conocíamos. Ahora no hay confianza, ya ni hay eventos, y si los hay, ya nadie va tranquilo”.
La transformación ha sido paulatina pero contundente. “Yo me siento mal porque me gusta trabajar, me gusta moverme. Pero ya no puedo salir como antes. Ahora, si acaso, recojo una o dos latas si me las encuentro en la calle, y ya”.
Recuerda con nostalgia los días en que San Bartolo era una comunidad viva y confiada, donde ella podía estar en la calle hasta las nueve o diez de la noche sin preocupación.
“Hasta los gallos y los bailes eran seguros. Ahora ya ni se hacen o mejor ni vamos. A veces me dicen: ‘no salgas, mujer, te pueden dar un golpe’, y pues mejor me quedo”.
Juana pide una sola cosa: que las autoridades no se olviden de su comunidad.
“Que no vengan solo cuando pasa algo. Que nos cuiden, que estén aquí, porque ya no se puede vivir con esta intranquilidad”.
Su voz, quebrada por la impotencia, refleja el sentimiento colectivo de San Bartolo: un pueblo donde la costumbre era vivir en paz, y donde hoy, el miedo impone los horarios y las rutinas.
