La hermanastra fea es algo más que una película que cuestiona valores occidentales. La ópera prima de la noruega Emilie Blichfeldt se inscribe, más bien, en una serie de reconstrucciones contemporáneas de cuentos para niños que tenemos la obligación de releer para saber cómo fue que en Occidente llegamos aquí: a esta hipocresía, a esta doble moral.
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La hermanastra fea se inscribe en una tradición que subvierte las historias infantiles, con obras como Border (2018) o Déjame entrar (2008). Sí, esa que destruyó Hollywood con una adaptación en 2010 de la que hay que alejarse. La hermanastra fea comparte incluso el valor para cuestionar el capitalismo desde las entrañas del monstruo mismo en forma análoga a como hizo Guillermo del Toro en La forma del agua porque, ¿quién es el monstruo? He aquí lo que en el multiculturalismo que debemos vivir hay que cuestionar.
Con el mismo espíritu de estas películas, La hermanastra fea reinventa para nosotros el universo moral con el que se construyó la historia de La Cenicienta, siguiendo el imaginario de Disney y muestra que nunca hubo inocencia en esa forma de retratar las relaciones entre seres humanos. El primer logro material de La hermanastra fea está en las actuaciones. Todos, incluyendo el príncipe, tienen que ser ridículos y odiosos, con excepción de dos personajes que están ahí para ser adorables: Lea Myren, la hermanastra fea, no resulta en absoluto desagradable. No es caricatura de fealdad, sino más bien retrato de quien lleva sobre sus hombros el peso de un deseo que no puede alcanzar. Cuando lo quiere, la sonrisa o los ojos de Myren llenan la pantalla y uno se da cuenta de que al interior de La hermanastra fea hay algo profundamente ominoso: es la parábola de un mundo de ciegos en que quien puede ver es un monstruo.
La fotografía utiliza filtros celestiales para retratar los momentos supuestamente idílicos al mismo tiempo que resulta brutal cuando hace un close up de una oreja cortada, una suerte de gusano blanco que se arrastra por el suelo o el aparato que le colocan a la protagonista en la nariz para hacerla más occidental, más afilada. La película está llena de anacronismos e incluso la música parece serlo. Lo que en realidad produce en nosotros es una suerte de euforia en que entendemos claramente que lo que estamos viendo es la historia de todas las adolescentes que sufren en la vida real cuando en el metro o en la parada del camión se enfrentan a un espectacular con una modelo de belleza imposible de emular.
La hermanastra fea es una magnífica carta de presentación para Emilie Blichfeldt, quien consigue burlarse en forma cruel de la estética Disney y al mismo tiempo producir imágenes que recuerdan algunas de las mejores secuencias de David Cronenberg quien, como se sabe, produjo en 1979 una crítica igual de mordaz: The Brood. Justamente en el momento climático hay una escena en que se mezclan los sentimientos como sólo Cronenberg ha podido hacerlo. Una chica que ha permanecido en las sombras del drama, arrumbada por el sistema, sin fortuna ni belleza que le permita decir una palabra, se inclina ante la protagonista y la ayuda sin asco. Siente “algo” por ella. ¿Qué es? El personaje en esta secuencia encarna todo lo que Blichfeldt ha conseguido hacer que sintamos a lo largo de una película en que más que un príncipe hay una amiga que representa la sororidad.
¿Dónde ver La hermanastra fea en México?
La película de Emilie Blichfeldt se podrá ver del 29 de mayo al 1 de julio como parte del Sundance Film Festival CDMX 2025. Posteriormente regresará a las salas de cine de México con una distribución más amplia.
La hermanastra fea
Emilie Blichfeldt | Noruega, Dinamarca, Suecia | 2025
AQ