Una vez concluido el proceso electoral germinó lo que durante seis años se estuvo cultivando: la polarización social.
Desde el comienzo de este sexenio el término fifí cobró popularidad para referirse a las personas privilegiadas, con una posición económica y social que les facilita ascender o mantenerse en la cima. Y el de chairos, para hablar de la clase trabajadora, particularmente que apoya al gobierno morenista. A partir de ahí, se ha derivado una serie de insultos que llegaron a su punto máximo cuando se dieron a conocer los resultados de la elección presidencial del pasado 2 de junio.
Desde ese día, las expresiones clasistas y racistas no han faltado contra quienes emitieron su voto por la continuidad del proyecto de la 4T, particularmente en redes sociales, donde el anonimato permite soltar los dedos y escribir ofensas sin represalia alguna.
Esos comentarios despectivos no se quedan en las plataformas. Más de una vez he sido testigo de palabras de menosprecio a simpatizantes morenistas que reflejan lo peor de quien las lanza sin pena alguna.
Pero esta polarización siempre ha sido un juego político en el que nos hemos dejado enredar, y tiene su origen en discursos de actores a los que les interesa capitalizar esa confrontación.
Y es que la creencia de que quienes se decidieron por Claudia Sheinbaum solamente es la clase trabajadora y que recibe apoyos sociales e vio derrumbada cuando El País hizo público el análisis del perfil de votantes: la mitad de quienes perciben un ingreso superior a los 50 mil pesos mensuales, y la morenista superó a Xóchitl Gálvez en todas las ocupaciones, salvo en patrones y empresarios, pero solamente con una diferencia de dos puntos porcentuales.
Al final cada persona tuvo sus propios motivos para simpatizar o no con un proyecto político, y esas diferencias son el principio básico de una sociedad democrática y plural, pero no debemos permitir que sean utilizadas para despreciar al otro ni como moneda política.
Ya se acabaron las campañas y se eligieron representantes de gobierno; lo que sigue es recordar que se puede discernir sin faltar al respeto, que es posible entender al otro si se aprende a escuchar, y que debemos tener la apertura al diálogo para reconstruirnos y dejar de ser usados por agendas políticas, porque al dejarnos dividir, perdemos.