Decía Philip Roth (1933-2018) que su obra, acaso por influencia del padre, solía versar sobre tres temas: judíos, Newark y sexo. La comunidad más ortodoxa lo veía con recelo, pero es cierto que sus escenarios son a menudo por aquellos rumbos cercanos a Manhattan, y de la tercera categoría hay por lo menos dos novelas que ilustran su debilidad en la materia, con algo o quizá mucho de autobiografía.
Los títulos los conocí primero en versión cinematográfica, enterándome con sorpresa que eran historias de Roth. El animal moribundo (DeBolsillo, 2019) es una, publicada en 2001 y llevada al cine por la directora Isabel Coixet siete años después con Ben Kingsley y Penélope Cruz bajo el título Elegy. La segunda, La mancha humana (DeBolsillo, 2018), apareció en 2000 y su adaptación a la pantalla, con igual nombre, fue en 2003 de la mano de Anthony Hopkins y Nicole Kidman en los estelares.
Las novelas aparecieron con diferencia de un año, cuando Roth andaba entre los 67 y 68, y narran historias en las que el protagonista algo sabe de literatura, uno como crítico y otro académico, y curiosamente andan por esa edad. En la primera David Kepesh es un crítico cultural y profesor universitario que se acuesta con cuanta alumna se le pone enfrente a la voz de que nadie está encima del sexo hasta que conoce a la joven y hermosa Consuelo Castillo.
En La mancha humana, con el escándalo de Bill Clinton y Monica Lewinsky como contexto de la época y agudos apuntes a la mojigatería de la sociedad y la clase política, Roth cuenta la historia de Coleman Silk, un profesor universitario blanco, cuya familia es negra y él ha ocultado eso cuarenta años, que pierde la rectoría porque dos alumnos lo acusan de racismo. La esposa se le muere del coraje y quiere contarle todo a un escritor que vive retirado en una cabaña, sobre todo su enamoramiento con la chica del aseo, treinta años menor y de belleza olímpica.
Aunque se dice que el escritor ese, Nathan Zuckerman, es el alter ego de Roth, lo parecen más los profes protagónicos de estas novelas.